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Buscar la paz con el ELN ha sido perder el tiempo

  • mh
    19 de enero de 2019

Por Gonzalo Guillén*
Foto del 4 de septiembre de 2017 cuando el jefe negociador del Gobierno de Colombia, Juan Camilo Restrepo (izquierda) y el jefe negociador del Ejército de Liberación Nacional (ELN), Pablo Beltrán (derecha),  en el Salón Los Próceres de la Cancillería ecuatoriana, en Quito, anunciaron la firma por parte del gobierno de Colombia y del ELN  de un acuerdo de cese al fuego bilateral  a partir del 1 de octubre. Foto: AFP
Después de la reciente desaparición de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, ahora el Ejército de Liberación Nacional, ELN, es, en tamaño, la primera –y única– guerrilla del país. Se trata de un grupo clandestino armado y preparado para la guerra, brutal y marginal. La personalidad de sus miembros está limitada por un mazacote de creencias secretistas de marxismo ciego, cristianismo obcecado y fervor sangriento e insaciable.
Sus militantes, calculados en 1.500, van a la muerte con la obediencia y la misma inspiración suicida con las que en noviembre de 1978 se quitaron la vida simultáneamente 918 personas en Jonestown, Guyana (limítrofe con Venezuela), bebiendo veneno preparado en una olla comunal que durante el culto les repartió el pastor evangélico estadounidense Jim Jones, de El Templo del Pueblo. El reverendo sucumbió de último para correr alcanzar a los demás en el camino al Cielo.
Suicidio colectivo de 918 personas en Jonestown, Guyana en 1978.
Jim Jones reclutaba incautos para que lo acompañaran a luchar con ardor por la justicia y a construir un mundo mejor. Fundó El Templo del Pueblo en Indianápolis (Indiana), lo trasladó a San Francisco (California) con su congregación de fieles completa y, por último, condujo a todos hasta la amazónica y primitiva Guyana. Llegó con cerca de 900 personas y construyó con palma y tablones una ciudadela entre la selva húmeda y abrasadora que desde el comienzo fue un "paraíso socialista" en el que reinó la idea de la igualdad económica y racial absoluta. Los creyentes trabajaban la tierra en granjas que les proveían los alimentos y, de cuando en cuando, asistían a liturgias nocturnas que el reverendo denominó "noches blancas", en las que las plegarias se mezclaban con maldiciones contra los "traidores cerdos capitalistas" y en algunas oportunidades simulaban suicidios preparatorios con cianuro de potasio. Entre las grandes metas de la hermandad que después de un tiempo fueron trazadas estaba la de huir a la Unión Soviética o quedarse en Guyana para cometer un "suicidio revolucionario". La fe, el valor, el espíritu de sacrificio, la convicción y la obediencia (como en el ELN), llevaron a que el 18 de noviembre de 1975 el rebaño entero comenzara a ingerir buches de cianuro mientras el pastor Jones gritaba en estado de trance sincero: "Acabemos con esto ya, acabemos con esta agonía". Para resolver la disyuntiva revolucionaria universal de "vencer o morir", optaron, voluntariamente, por la segunda.
En el ELN se obedece con la abnegación y la disciplina del rebaño de Jones y quienes han intentado alegar razones propias sobre la doctrina originaria han sido fusilados. Porque la venerable enseñanza revolucionaria no se discute, sino que se defiende en cualquier tipo de confrontación y se acata conforme a la voluntad inmodificable de los padres fundadores, entre quienes subsiste, por encima de todos, el carismático sacerdote católico Camilo Torres Restrepo, aristócrata bogotano que murió en 1963, a la edad de 34 años, durante el primer combate al que fue mientras trataba de accionar un revólver oxidado y de mantener encendida su pipa de embocadura de plata pura, cargada con picadura de manzana.
Mural recordatorio del Cura Pérez.
En 1973, tras una purga tan doctrinaria como sangrienta, ascendió a la directiva central un sacerdote católico español, célebre por sus satisfacciones sexuales viciosas, llamado Gregorio Manuel Pérez Martínez, quien adoptó el nombre de guerra de "Poliarco" y en 1980 se coronó como sumo pontífice de aquella secta insurgente cristiano-castrista-marxista. Había Nacido en Alfamén, en el Campo de Carimeña (Zaragoza), en 1943. Fue ordenado en Roma por el Papa Pablo VI y se vinculó a la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano-Americana (OCSHA) que lo trajo a Colombia, acompañado de otros dos curas españoles desaforados y aventureros: Domingo Laín y José Antonio Jiménez. Los tres se incorporaron con la fe del carbonero a la lucha a muerte, pero redentora, del ELN. Optaron por tratar de redimir al mundo mediante la construcción de un paraíso forjado con homicidios ejemplarizantes, adoctrinamiento forzado, secuestros extorsivos, justicia social y saqueos sistemáticos. Como en Las Cruzadas cristianas, no dejaron de decapitar sin miramientos a los contradictores declarados de su fe o a quienes dieran trazas de llegar a serlo. Obraban como iluminados por los rayos misteriosos de Carlos Marx, Fidel Castro y Jesucristo; sus armas eran utilizadas en nombre del pueblo, al que debían redimir o masacrar si se oponía a recibir el beneficio que, como los tres Reyes Magos, vinieron a darnos, siguiendo la luz de la estrella de la revolución cubana. Asaltaban bancos para repartirse el dinero entre ellos mismos y algo entre el pueblo. Azotaron al país con una racha eterna de secuestros de personas a las que dejan en la ruina para poder comprar su libertad personal. Llegaron alguna vez al extremo de comprarles secuestrados a la Policía y a otras bandas criminales en vista de que sus propias fuerzas armadas no daban abasto.

El ELN ha cometido masacres y crímenes atroces sin cesar. El que más me conmueve a mí es la masacre en la población de Machuca (Antioquia), en octubre de 1989, donde, en nombre de sus dioses y de la salvación del mundo que les fue encomendada por ellos, dinamitaron el oleoducto que pasa por un lado del caserío.  El flujo de combustible que corría por dentro se incendió al salir a borbotones y las llamaradas devoraron las 46 casas y a los 84 humildes campesinos del poblado que las habitaban. La mitad de los muertos fueron niños.
Nicolás Rodríguez Bautista alias Gabino. Foto: ELN Ranpal
Hoy, el jefe supremo es Nicolás Rodríguez Bautista, "Gabino", de 68 años de edad, de los cuales lleva 54 en la militancia, pues llegó siendo un niño de 14. En 1983 preparó el “Primer Congreso Héroes y Mártires de Anorí”, en el que fue ascendido a la jefatura militar de la organización y segundo al mando, después del cura Pérez. Anorí es el nombre de la población del departamento de Antioquia en la que la V Brigada del Ejército cercó al ELN entre el 7 y el 18 de octubre de 1973 y dio un parte de victoria anunciando la derrota total de esa guerrilla. Fue una acción militar aplaudida en todo el continente, en la que el coronel Hernán Hurtado Vallejo desplegó una brillante maniobra táctico-estratégica con las primeras tropas contraguerrilleras propiamente dichas que tuvo Colombia. Fueron abatidos 80 guerrilleros, entre ellos los jefes Manuel y Antonio Vásquez Castaño, y 50 insurgentes fueron detenidos. Pero, a la postre, no fue el fin del ELN sino que los sobrevivientes se reagruparon con la categoría de héroes y volvieron a sus andadas.
La canciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa reafirmó su apoyo a la comisión de paz colombiana en el proceso de diálogo. Foto: cancilleria.gob.ec
Las células del ELN hoy operan en cerca de la mitad de Colombia y una zona de Venezuela, donde prestan servicios sicariales a la “revolución bolivariana” y les dan mantenimiento y protección a las rutas de tráfico de cocaína del Cartel de los Soles, regido por altos dignatarios y encumbrados generales del régimen de Nicolás Maduro. Ha ofrecido la paz de manera recurrente y los últimos gobiernos de Colombia se han sentado con sus voceros en múltiples mesas de negociación que invariablemente terminaron convertidas en diálogos de sordos. Durante las negociaciones recientes que culminaron felizmente en La Habana con las FARC hubo un nuevo intento fallido por incluir al ELN en los acuerdos finales. No obstante, el mesianismo, el fundamentalismo y la fe ciega en su alucinada revolucionaria cristiano-castrista, lo dejaron rezagado de la historia. Empero, sus eficaces células criminales continúan activas, propinando golpes certeros en los que asesinan cantidades asombrosas de militares y policías.

Las posibilidades de hacer la paz con el ELN por la vía del diálogo quedaron por fuera de los mecanismos y del tiempo que le concedió a la paz el recién salido presidente Juan Manuel Santos. No quedó otro camino que la guerra a muerte, pero en circunstancias que van a ser más feroces para esta organización, perdida en los meandros de la locura y el fanatismo, puesto que ahora el poder de fuego del estado se ha centrado en ella. Con el agravante de que el presidente actual, Iván Duque, es el coime mudo, sumiso y rendido que cuida del garito del belicoso y enardecido líder de la extrema derecha, Álvaro Uribe, cuya fascinación con la muerte y el lucro fácil que deja la sangre de la guerra son idénticos a los del ELN.

El ELN sabe lo que le espera. Pero lo desea porque es con el fuego y la muerte en la guerra que se desarrolla su vocación para resistir hasta el día imaginado en que llegarán la redención nacional completa y la felicidad revolucionaria definitiva. Se hacen matar por alcanzar el paraíso de sus anhelos, como el Estado Islámico, que recluta y aliena niños para convertirlos en asesinos sagrados de Alá, misioneros de la revolución, a quienes sus propios padres entregan para que sirvan a la causa y preferiblemente mueran en ella.
Cuando sus almas lleguen al cielo, Dios, Marx y Fidel Castro los recibirán. Les reconocerán su sacrificio a los mártires del ELN, quienes entrarán, por fin, a la eternidad. En ese momento, de acuerdo con los cálculos de ellos mismos, Colombia estará entregada a honrar su memoria con ceremonias y estatuas y monumentos en todas las plazas y parques del país.
Hasta entonces, para ellos no hay sino una de dos: “vencer o morir”.

Gonzalo Guillén* Ha sido distinguido con varios premios entre ellos el de la Asociación de Editores de Periódicos del Estado de Florida, Usa y el Premio Internacional de Periodismo Rey de España. Su trabajo le permtió conocer a la región el caso de "Los falsos positivos" en el gobierno de Álvaro Uribe. Fue editor general de diario El Universo en Guayaquil.